G-20: El capitalismo inclusivo debe empezar por casa
Como corresponde a una cumbre merecidamente conocida por tener una gran relación palabras/acciones, el G-20 envolvió su encuentro el final de semana pasado con un sólido pero aún poco definido pedido: hacer que la globalización y el capitalismo funcionen para bien de todos.
Malcolm Turnbull, el primer ministro de Australia, habló de la necesidad de «civilizar el capitalismo», Christine Lagarde, directora del FMI, dijo que el crecimiento había sido «demasiado lento durante demasiado tiempo para demasiados pocos».
Reflejaban su preocupación de que las inseguridades generadas por la globalización -en particular en comercio y migración- estén fomentando el sentimiento populista y con ello una huida hacia el proteccionismo y la xenofobia. Pero se ofrecieron pocas soluciones universalmente aplicables.
No sólo los temores se limitan a un grupo de países ricos, sino que las respuestas que ellos exigen varían de país a país. La globalización del comercio, la tecnología y en cierto punto la migración son desafíos generalizados, pero no hay soluciones universales. La respuesta a la globalización debe comenzar en casa.
Para gran parte del mundo, la obsesión por la mayor inequidad y el populismo debe parecerse al solipsismo occidental. Gracias al crecimiento de los mercados emergentes, la globalización moderna produjo la primera caída mundial de la desigualdad desde la revolución industrial de Occidente. Hay una pequeña señal de un giro generalizado hacia el populismo en los mercados emergentes, aunque muchos de ellos están empezando desde un nivel bastante alto.
Incluso dentro de los países ricos, las vinculaciones entre el comercio, la tecnología y la migración por un lado, y la inequidad y el populismo por el otro, no son para nada claras. Por ejemplo, en el Reino Unido, la migración y el vaciado de la industria manufacturera tradicional fueron citadas como razones para votar a favor del Brexit en el referendo. Sin embargo, la inequidad de ingresos en el Reino Unido se mantiene en los mismos niveles desde principios de los noventa.
Sin embargo, el crecimiento de la desigualdad en muchos países, tanto en riqueza como en ingresos, es indiscutible. El problema es que usualmente tiene más que ver con la tecnología que con el comercio, y no tanto con la inmigración. Pero, mientras los políticos pueden abordar los últimos dos aspectos, no harán mucho por el primero, a menos que logren prohibir la automatización o digitalización en sus economías.
Además, las herramientas pueden pesar directamente sobre el comercio y el movimiento de personas, así como el proteccionismo y los límites estrictos a la inmigración tienden a hacer más daño que bien. Proteger un sector expuesto a la competencia internacional tiende a reducir la eficiencia y redistribuir el sufrimiento en otros lugares.
La solución de cada país debe diseñarse en base a su propia situación y a lo que políticamente se puede hacer. Pero hay algunos principios útiles a tener en cuenta. Las políticas gubernamentales para el mercado laboral están mejor direccionadas cuando preparan a los trabajadores para las nuevas ocupaciones y amortiguan el impacto en los ingresos que producen los cambios estructurales, en vez de tratar de conservar todas los actuales tareas mediante regulaciones atrofiantes. En vez de bloquear la inmigración, la ayuda debería estar dirigida hacia las áreas locales que reciben grandes cantidades de migrantes nuevos y aminorar el impacto social.
Los políticos deben ser honestos en cuanto a la naturaleza del problema y lo que se puede hacer. Prometer masivos aranceles a las importaciones o un muro con México es fácil. Explicar que la tecnología no se puede ignorar y que el ajuste se puede aliviar aunque no evitar es mucho más difícil.
El G-20 no produjo ni producirá un modelo universal de capitalismo inclusivo. Pero plantear el tema a nivel internacional puede alentar a los gobiernos a pensar más lo que pueden lograr en sus países.
FINANCIAL TIMES
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