El decisivo rol del bisabuelo de Fernando Oris de Roa, nuevo embajador en EEUU, en la derrota mapuche en el siglo XIX
por aduser · 07/11/2017
Un apellido con historia. El flamante representante argentino en los EEUU es bisnieto del general que destruyó la última resistencia araucana en el sur, y marcó el final de “la Argentina del degüello”
Lino Oris de Roa (1845-1920), bisabuelo de Fernando Oris de Roa, recién designado embajador en los Estados Unidos por el presidente Mauricio Macri, fue un destacado oficial del Ejército argentino: se lució tanto en la acción -Guerra del Paraguay, Campaña del Desierto- como en cargos administrativos -de profesor y subdirector del Colegio Militar a jefe de Estado Mayor-. En especial, es recordado por haber sido el encargado de destruir la última resistencia araucana en la Patagonia durante la campaña ordenada por el Congreso de la Nación y comandada por el general tucumano Julio Argentino Roca, luego dos veces presidente constitucional.
Hace muy poco se cumplieron 130 años de esta campaña, en la que nadie fue exterminado. Ni los blancos o huincas, ni los araucanos ni los tehuelches, aunque las tres etnias tenían toda la intención de eliminarse las unas a las otras.
Como todos sabemos, los europeos llegaron a América en 1492 y la conquistaron en el siglo XVI, si bien las pampas de entonces no ofrecían mayor interés porque los españoles buscaban oro y plata, no maíz y soja, de modo que la codicia de los conquistadores se centraba en Perú, Bolivia -conocida entonces como Alto Perú- y México. El Río de la Plata era un lodazal solo valorado por su posición estratégica en el mapa, dado que, no existiendo todavía el Canal de Panamá- había que dar la vuelta por el peligroso Cabo de Hornos para llegar al rico territorio de Chile, famoso por sus minas.
Así pues, la Argentina de entonces, o más bien el Virreinato del Río de la Plata, fue descripta en sus tiempos como Buenos Aires más once ranchos.
El extraordinario desarrollo de las pampas, donde los pocos vacunos y caballos abandonados por Pedro de Mendoza se convirtieron en rebaños infinitos que tardaban días enteros en pasar frente a los viajeros atónitos, finalmente convirtió a este territorio en una mina de oro… pero de otro tipo. Oro vacuno y caballar. El valor del cuero, la grasa, el sebo y otros elementos, para la naciente industria europea, era infinito. Nació así la Argentina de las estancias.
Un apartado sobre la palabra mapuche
Ningún autor que se refiera a la época de los malones -Jorge Rojas Lagarde, Sarmiento, Mitre, el propio Rosas, el benedictino Meinrado Hux (de Los Toldos), Estanislao Zeballos, sea su orientación proargentina o proindia, menciona a los mapuches. La palabra significa hombre de la tierra, pero hasta 1900 no se mencionó jamás a los mapuches sino solamente a serranos, pampas, puelches, pehuenches, ranqueles, borogas, querandíes y otras mil etnias. Los mapuches no existían. En realidad se los conocía como araucanos y poblaban el territorio de Chile, entre los ríos Toltén y Biobío, y desde el Pacífico hasta la cordillera. Todos los partes de guerra e informes de la época hablan de indios chilenos. Se sabe que la porción sur de la cordillera de los Andes es más baja y transitable, de modo que entre los chilenos de entonces y los pobladores de la Pampa y la Patagonia, hasta el mismísimo Nahuel Huapi, había un contacto fluido. Se intercambiaban ponchos, matras, lanzas, platería y otros artículos valiosos. Así como los araucanos dominaban Chile entre las fronteras mencionadas, incluso reconocidas por el altivo imperio español, los tehuelches imperaban en la Patagonia argentina. Eran dos pueblos muy diferentes. Los araucanos correspondían al tipo andino -estatura media, cuerpo robusto, nuca chata-, los tehuelches pertenecían a un tipo enteramente distinto. El antropólogo Rodolfo Casamiquela, último hablante del tehuelche o gunnuna/kenna, dice haber medido estaturas de 2,10 metros. Eran los antiguos patagones, de gran altura.
Los tehuelches fueron víctimas del alcoholismo, la sífilis y una cierta indolencia en el vivir, mientras que los araucanos de Chile demostraban extraordinario coraje y orgullo militar. Antes de 1810, distintas parcialidades araucanas cruzaron la cordillera: los vorogas de vorohue, los ranqueles instalados en el país de los cañaverales –rancul- y los pehuenches en el reino de las Manzanas, donde florecían los frutales plantados por jesuitas dos siglos atrás. Pero luego aconteció en Chile la “guerra a muerte” entre criollos, indios y sus aliados, formándose hordas encabezadas por los españoles Pincheira y otros bandoleros, que huyeron a la Argentina. Al cabo de unos años, entró al país el cacique chileno Juan Calfucurá -abuelo de Ceferino Namuncurá- con doscientos hombres y, tras pasar a degüello a los loncos o caciques vorogas, obligó a estos indios que habitaban sus toldos en Salinas Grandes, entre La Pampa y Buenos Aires, a optar entre sumarse a la tribu de Calfucurá o sufrir la muerte a cuchillo. Muy pronto el astuto, mítico y valeroso Calfucurá fue considerado el Napoleón de las Pampas, ya que todas las tribus se sometían a sus órdenes. El cacique Coliqueo se llevó algunos vorogas sobrevivientes y acampó cerca de los criollos de entonces.
El cacique araucano Juan Calfucurá
La entrada de Calfucurá data de 1830, pero en 1833 se produce la primera Campaña del Desierto encabezada por Juan Manuel de Rosas y Facundo Quiroga, distinguido hacendado de su tiempo. Se considera que hubo cierto guiño de Rosas a Calfucurá para que viniera a vivir aquí. Imposible verificarlo. Treinta años después, diría Calfucurá: “Yo nací en Chile y soy chileno. Ya van a ver los pampas lo que vale la lanza de un chileno. Pero yo estoy aquí desde hace 30 anos porque me mandó llamar el señor gobernador…”
Omitió aclarar si Rosas lo obligó también a permanecer en la Argentina durante tres décadas, saqueando estancias y secuestrando mujeres. Después de la batalla de San Carlos, donde fue vencido por el general argentino Rivas, murió deprimido el centenario cacique.
Los araucanos impusieron su bella y sonora lengua en todo el territorio argentino. En la Patagonia, todos los toponímicos son araucanos, como Choele-Choel, Tapalquén, Puichi Mauida, Huinca Renancó. El tehuelche, lengua gutural y difícil de traducir, se ha extinguido. Los tehuelches se han mezclado en gran parte con los araucanos de Chile. Hace unas décadas, algunos antropólogos decidieron llamar mapuches a los originarios de uno u otro lado de la cordillera. Pero no cabe duda de que los araucanos fueron invasores de nuestro país, verdugos de los tehuelches o patagones y autores de incontables malones, esas invasiones de hombres montados, que procedían a arrear toda la hacienda de una comarca, dejándola en la última miseria. Se llevaban miles de animales por la “rastrillada de los chilenos” hasta Choele-Choel, donde procedían a su engorde para luego venderlas en Chile, donde nació una próspera clase comercial gracias a los ranchos incendiados, las mujeres violadas, los gauchos degollados y los niños raptados del campo de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Para organizar semejante matanza, los araucanos contaron con varios aportes esenciales de origen español: el caballo, que amaestraban maravillosamente, el hierro de los cuchillos y mojarras de las lanzas, el cuero de vaca, el pellón de oveja y el aguardiente o vino.
Reclamado por la desesperada población del campo, Roca acudió por fin con su campaña. No lo hizo como negocio privado, sino cumpliendo una Ley del Congreso de la Nación y del presidente Nicolás Avellaneda. Combatió los últimos remanentes de una coalición de araucanos chilenos, tehuelches argentinos y bandoleros de distinta nacionalidad, pero lo hizo con la ayuda decisiva del cacique Cipriano Catriel, de Coliqueo y sus lanceros. Argentinos.
La Campaña del desierto, se supone, comenzó en 1879 y terminó alrededor de 1881. Pero en realidad continuó varios años más, y las batallas finales fueron libradas por el general Lino Oris de Roa.
El 1° de enero de 1885, los últimos hombres de lanza de Valentín Sayhueque, lonco o cabeza de los pehuenches, se entregaron en el fuerte que hoy es la ciudad de Junín de los Andes. Eran cerca de 3.500 personas, incluyendo hombres de lanza y también chusma, que en lengua mapudungun significa gente que no combate.
A pesar de ello hay que recordar que, durante los malones, así como las mujeres indias se ocupaban de arrear ganado y robar en las casas, lo mismo que los chiquilines, mientras los conas –guerreros- acribillaban a lanzazos a los varones precariamente armados de fusiles a chispa o cuchillas de cocina, todo el enfrentamiento fue integral. Es decir, un pueblo contra otro pueblo, utilizando todas las armas a su alcance.
Aquella rendición de Valentín Sayhueque, en 1885, fue el final de la Argentina del degüello y el principio de la Argentina de la carne, el trigo, los puertos y los ferrocarriles. Nos dejó la bella y clara lengua del chilimapu (país de Chile) y una gran población originaria de la Patagonia.
Todas las naciones han ganado sus territorios mediante la guerra.
Todos somos originarios de otra parte. Los sicilianos, los chilotas, los irlandeses, los gallegos y los piamonteses.
Lino Oris de Roa nació en España en 1845. Apenas llegó a Argentina, siendo muy joven aún, se incorporó al ejército. Se iniciaba una brillante carrera militar. Primero, en la guerra del Paraguay y luego en Entre Ríos en las luchas contra López Jordán. Vino entonces una pausa académica, de 1870 a 1876, durante la cual Oris de Roa fue profesor en el Colegio Militar, del que llegó a ser subdirector.
“Años después cumplió una valiosa campaña de exploración en la Patagonia. Por sus relevantes condiciones se le nombró jefe de las líneas del Río Negro y de la Patagonia, lo que le significó nueve años de residencia continuada en aquellas regiones”, dice el Diccionario Histórico Argentino de Piccirilli, Romay y Gianello (Ediciones Históricas Argentinas, 1954).
La Campaña al Desierto se inició en 1879 y concluyó en 1885
El 1° de enero de 1885 tuvo lugar el hecho que tuvo a Oris de Roa como protagonista esencial y que marcó el fin de la Campaña al Desierto, a seis años de su comienzo. Ese día, Valentín Sayhueque (1818-1903) y otros “lonko” llegaron al fuerte ubicado en lo que hoy es Junín de los Andes, con una tropa de 3.200 individuos, mapuches y tehuelches. No habría enfrentamiento sino rendición.
Ese acontecimiento, hace 132 años, marcó el fin de la resistencia araucana. En el centro y oeste de las actuales provincias de Chubut y Río Negro habían tenido lugar las últimas ofensivas indígenas. Las tropas del ejército argentino que actuaron allí eran comandadas por el entonces teniente coronel Lino Oris de Roa desde la segunda mitad de 1883. Cuatro años después de iniciada la Campaña del Desierto por Roca, seguía la resistencia en esta región.
Oris de Roa parte de Puerto Deseado al frente de un pequeño contingente de 30 hombres, a mediados de 1883. Durante un año y medio buscará localizar la toldería de Sayhueque, habrá varias escaramuzas con los indios, recibirá refuerzos, construirán un fuerte para proteger a las colonias galesas y finalmente librarán un último combate el 18 de octubre de 1884, cerca del Río Genoa, que concluye con un desbande mapuche y la desorganización general de las tropas indígenas.
Faltaba capturar al líder -Sayhueque- para lo cual Oris de Roa parte al frente de tres columnas que, como se dijo, no tendrán que entrar en nuevos combates, ya que el “lonko” se entregó el 1° de enero de 1885. Se presentó con más de 3000 efectivos, de los cuales solo 700 eran guerreros, y el resto mujeres, niños y ancianos.
Tras su regreso de la Patagonia, Lino Oris de Roa ocupó varios cargos de relevancia en el Ejército: fue secretario, ayudante general y jefe de Estado Mayor. Murió en Buenos Aires, el 17 de junio de 1920.
Sobre el territorio que hombres como él nos legaron construimos una Patria en la que todos los argentinos somos iguales y nuestra República es una democracia.
Honor al general Lino Oris de Roa.
Rolando Hanglin – noviembre de 2017
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