Una verdad incómoda y un final a toda orquesta

 

En marzo de 1977 el legendario y ya fallecido entrevistador británico David Frost consiguió que Richard Nixon, quien había renunciado tres años antes a la Presidencia de los Estados Unidos de América por el escándalo Watergate, se sentara a hablar con él frente a la cámara, con total franqueza y sin evitar tema alguno.

El resultado, una serie de programas titulados The Nixon interviews, es un documento único, porque, para desconcierto de su propio entrevistador, el antiguo Presidente expuso desde lo más visceral su visión y su lógica sobre el modo de hacer política.

Lo más impresionante de esa entrevista realizada a través de varios encuentros ocurrió en el final de la última cita pactada. En aquel momento Nixon se dirigió a Frost y le dijo: «Cuando estás en la Presidencia, a veces tienes que hacer cosas que no siempre son estrictamente legales, pero las haces porque son por el interés supremo de la Nación».

Frost le repreguntó: «Espere, si estoy entendiendo correctamente, ¿está usted diciendo que en determinadas situaciones el Presidente puede decidir que algo es conveniente para el país y hacer algo ilegal?».

Nixon, a su vez, dio su respuesta: «Lo que digo es que cuando el Presidente lo hace, eso significa que no es ilegal […] Eso es lo que yo creo. Pero me doy cuenta de que nadie más comparte mi opinión».

Varias décadas después de aquella entrevista, en nuestra querida República Argentina observamos impávidamente cómo un poder avanza sobre el otro. Se remueven fiscales, se echan jueces, se redireccionan causas hacia jueces cercanos y se integran salas de Cámaras con abogados que no han cumplido los requisitos mínimos para ser designados, con nula o al menos insuficiente experiencia.

Los objetivos y sus resultados están a la vista: los expedientes judiciales comprometedores para el poder son archivados o desestimados sin que ello signifique un escándalo para nadie, ni que tampoco persona alguna deba pagar las consecuencias de esa cantidad de dislates de carácter colosal.

Es que el poder no acuerda ni consensúa, el poder gana o pierde, su lógica es exclusivamente binaria.

Pues bien, la actitud oficial ante el traspaso de gobierno es institucionalmente de las cosas más graves que han ocurrido en estos doce años de administración kirchnerista, ya que la actual Presidente se niega a facilitar la transición al Presidente electo, porque piensa que está en todo su derecho y que no debe rendir cuentas a nadie. Es como si una persona quisiera vender su casa sin acceder a mostrarla previamente.

Es una muestra más, y van ya muchísimas, de que en la actualidad el poder autoritario viene triunfando a fuerza de golpes de choque absolutamente inesperados para diversos sectores de la sociedad. Imaginaba yo, ahora caigo que con mucha ingenuidad, que entregar las llaves de la administración nacional significaba al menos, y como mínimo, hacer un inventario de las cuestiones urgentes, importantes y también las más básicas. Pues no, seguramente, y siendo bien pensado, la Presidente sienta, tal y como señaló Nixon hace casi 40 años, que procede por el bien del país y que nadie puede recriminarle absolutamente nada, porque es ella y no el pueblo a través de sus nuevos delegados quien mejor los representa. Seguramente la Presidente lo sienta como una nueva victoria.

De todos modos, habría que recordarle que cuando la República Romana se expandía por el mundo antiguo, se topó con un guerrero llamado Pirro en las márgenes de Grecia. Pirro venció a las legiones romanas, pero a un costo tan alto en hombres y en recursos que expresó: «Con otra victoria como esta, estaré perdido». La trágica ironía de Pirro quedó como una clásica comprobación de que, tanto en la guerra como en la política, a veces el que gana pierde y el que pierde gana. Por eso se habla desde entonces de victorias pírricas cada vez que el aparente vencedor resulta el verdadero perdedor.

Por ello, el poder no podrá estar tranquilo jamás, porque se sabe que el costo de aplastar, subyugar y presionar a otros, más temprano que tarde, le causará por lo menos un fortísimo dolor de cabeza.

En países vecinos, las mareas sociales hartas de la ineficiencia, pero especialmente de la corrupción y de la impunidad se han puesto de pie y han desarrollado y empujado el escarnio muy velozmente. Así es como han cercado a lo más alto del poder. Presidentes y ex presidentes, empresarios y congresistas, sufren en carne viva el temor de que el largo brazo de la ley los alcance. Los tiempos de impunidad eterna, de riqueza mal habida y de risas a espaldas del pueblo se han acabado. Todo tiempo llega a su fin y está visto que una victoria no siempre es buen augurio.

Tal y como escribió el recordado Leandro N. Alem en su testamento político: «¡Sí, que se rompa, pero que no se doble!». Parece que hemos llegado a un grado de desintegración y degradación tan profundo de las instituciones que conforman la república que su reconstrucción resulta necesaria desde sus cenizas.

Mientras tanto, en nuestra amada Argentina, en cuestión de meses sabremos qué tan fuerte puede el nuevo timonel tomar el rumbo del barco y hacia qué aguas dirigirse. Deseamos fervientemente que el nuevo poder haya aprendido del pasado y emprenda de manera urgente la reconstrucción de la república en general y de sus instituciones en particular. Sólo así podremos decirnos: «Argentinos, nunca más».

Juan Roza Alconada – Infobae

El autor de la nota es Abogado (UBA), con una especialización en Finanzas (NYU), y una Maestría en Gestión de las Comunicaciones (Universidad Austral). Es fundador y Director Ejecutivo de Totallia Capital Fund

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