LAS LECCIONES FRANCESAS DE EMMANUEL MACRON PARA DONALD TRUMP

La primera reunión entre Donald Trump y Emmanuel Macron, anunciado como un largo almuerzo, durante la cumbre de la OTAN en Bruselas, consistió en un filete de ternera, y una mousse de chocolate (aunque aún no hay informes sobre si Trump exigió su doble porción habitual de postre). Se completó con un apretón de manos competitivo.

En Francia, como en Estados Unidos, las elecciones enfrentaron a un nacionalista de extrema derecha contra un liberal tecnocrático moderado, pero en Francia los dirigentes de la derecha «republicana» reconocieron a la extrema derecha nacionalista como una amenaza para los valores democráticos y, después de la segunda votación, apoyaron a Macron, un hombre de centro-izquierda que había servido en un gobierno socialista. En este país, los líderes del Partido Republicano hicieron la elección opuesta.

Esa diferencia hizo toda la diferencia. El espacio entre François Fillon, el derrotado candidato derechista, y Macron es, en términos ideológicos, tan grande como el espacio entre, por ejemplo, Marco Rubio y Hillary Clinton. Pero Fillon entendió que Marine Le Pen en el poder sería una amenaza para la estructura constitucional de la nación. La ironía era que los franceses, con su reputación, dejando de lado oportunismos, se aferraron a sus principios más profundos, mientras que los principales derechistas estadounidenses desecharon los suyos.

Las razones de esto parecen enraizadas, sobre todo, en la experiencia colectiva, en la historia. La derecha francesa tiene un recuerdo institucional del gobierno de Vichy, de los años cuarenta: la consideración de los costos que tiene para un país, la diferenciación entre lo honorable y lo deshonroso. También entiende el significado del ejemplo de Charles de Gaulle. La derecha todavía lo conoce como el hombre que, a pesar de pertenecer ideológicamente a la parte más reaccionaria de la derecha, comprendió la diferencia esencial entre el patriotismo y el nacionalismo, e insistió en que ningún francés decente podía colaborar con el mal, incluso si esa colaboración lo enfrentaba a muchos de sus enemigos de toda la vida. La noción, propuestos por algunos conservadores norteamericanos, de que Le Pen era el heredero de de Gaulle es absurda: los franceses aprendieron de Vichy que no se puede hacer un trato con el diablo, aunque en dicho trato, el diablo prometa mantener algunos otros diablos fuera. De haber aplicado en EUA el estilo «francés» por parte de los republicanos de Trump habría tenido un efecto esencial en la elección, que fue decidida, después de todo, por un puñado de votos en unos cuantos estados.

En la realidad, el desprecio de Trump por la verdad, el derecho, la tradición democrática, y lo que alguna vez fue llamado «la buena opinión del sentido común» está en exhibición todos los días. Tanto es así que la realidad se ha convertido en la frecuencia de sus escándalos. Interferir al F.B.I. en una investigación por razones políticas personales es el tipo de cosa que llevó a la caída de Richard Nixon, pero estamos tan enceguecidos por cada revelación que el último ultraje apenas se registra con su propia fuerza. (Así que aquí estamos, debatiendo la siguiente opción de Trump para encabezar el F.B.I., incluso cuando todavía deberíamos estar horrorizados por lo que hizo la último vez).

Esta semana, sin embargo, nadie debería, bajo la presión de Trumpismo, ilusionarse con Macron, o subestimar sus dificultades. Es maravilloso tener un presidente que conozca las primeras líneas de Molière de memoria, pero Francia ya ha contado con líderes eruditos y literarios como François Mitterrand y también con centristas brillantes tecnocráticos como Valéry Giscard D’Estaing, que no han tenido éxito en la solución de los problemas del país. Macron trabajara sin una fuerte base política, ya sea de la izquierda o de la derecha, y cuando, como es inevitable, sus propuestas de política provoquen manifestaciones en las calles, tendrá que encontrar de alguna manera más fuerza para defender la reforma que ningún presidente francés anterior haya encontrado. Al mismo tiempo, tiene que enfrentarse a los todavía poderosos nacionalistas de derecha. Es una tarea difícil para un maestro político, y hasta ahora Macron se ha mostrado sólo para ser un afortunado.

Sin embargo, es difícil no envidiar a Francia un poco. ¿Qué tan malo puede ser? Ésa era, invariablemente, la pregunta que los conservadores razonables preguntaron antes, e incluso justo después, de la elección de Trump. Creían que la gente exageraba los defectos personales de Trump y subestimaban el poder del Partido y las estructuras constitucionales para contenerlo y moderarlo. También pensaron que al menos ayudaría a mover al país hacia lo que ellos consideraban objetivos deseables: reformar la política exterior demasiado tímida del presidente Barack Obama, o enfrentarse al extremismo islámico con más fuerza o simplemente tratar el seguro médico nacional controlado por el gobierno con mejores criterios que los conservadores honestamente creen que es necesario. El otro lado insistió en que la gente subestimaba descontroladamente la patología de Trump y no aprendían las lecciones de cómo los autócratas y los tiranos nacionalistas se apoderan de los países.

La realidad es que los «alarmistas» en este caso, han demostrado ser correctos. Sin embargo, el desafío sigue siendo para la izquierda evitar caer presa de los hábitos tribales, como lo hizo la derecha. Este riesgo se ve en la insistencia, sorprendentemente generalizada, que no hay punto real en la resistencia a Trump, ya que los republicanos en el Congreso son cómplices en su programa. Mike Pence sería más peligroso para las causas liberales, según se dice, porque comparte las creencias de los republicanos y no se da cuenta del caos.

Ese es un error de estilo Vichy en sí mismo. Las democracias mueren cuando ya no pueden distinguir entre opositores honestos de otra clase ideológica y enemigos tóxicos que vienen de muy lejos de todos los valores normales. El Partido Republicano ha funcionado, en general, dentro de las limitaciones de la democracia liberal. Hay muchas excepciones obvias: la cuestión de la legalidad de la tortura patrocinada por el gobierno, durante la administración de George W. Bush, no es más que un ejemplo clave de los últimos años. Pero es un reproche legítimo a los liberales que, al maximizar la violación de Bush a las normas, tan sustanciales como fueran, ayudaron a hacer difícil distinguir adecuadamente entre los Bush y los Trumps del mundo. Podemos, quizás, culpar a los Bush, también, por no distinguirse adecuadamente de Trump. Murmurando en voz baja: «Eso fue una mierda rara», como se dice que George W. Bush expreso en la toma de posesión, no es tan significativo como habría sido decirlo antes de las elecciones, cuando la rareza y la oscuridad ya era visible.

Lo que se necesita contra Trump ahora es lo que se ha encontrado en Francia, no una oposición ideológicamente estrecha y políticamente enfocada sino la coalición más amplia posible de personas que valoran genuinamente los principios de la democracia, lo que significa nada más que el apasionado deseo de resolver las diferencias por el debate y el argumento, más que por el poder y la crueldad y el clan. Ampliar la oposición puede ayudar a devolvernos al lado más sano de la vida. Podría ser una lección que podemos aprender de los franceses, que aprendieron la lección de la historia.

Adam Gopnik  – Mayo, 2017

Adam Gopnik, a staff writer, has been contributing to The New Yorker since 1986.

http://www.newyorker.com/news/daily-comment/emmanuel-macrons-french-lessons-for-donald-trump

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